Por: Hilda Ruth Flores Muñoz
Son muchos los autores que escriben sobre los retos y oportunidades educativas en el siglo XXI; resalta la concepción de la educación de calidad que permita la humanización, por medio de la innovación.
Dentro de los principales retos se pueden mencionar: la incorporación de
las TIC como parte de la cultura; la administración de grandes
volúmenes de información; el desarrollo de capacidades de orden
superior; el aprender en forma colaborativa y en red (de, para y con los
otros); la compresión del tiempo y del espacio por medio de las
telecomunicaciones; la construcción social del conocimiento; la
incorporación del juego en todos los niveles educativos; y el
aprendizaje del error.
Todos los retos son importantes, sin embargo, se resalta el papel del
juego. Se debe desmitificar que sólo los niños aprenden jugando. En un
mundo en donde el cambio es constante, todos son analfabetas de algo,
así que se requieren las estrategias más creativas y eficientes para
fomentar los aprendizajes, siendo el juego una de ellas. Alrededor de un
juego se pueden unir varias personas, de diferentes edades, culturas,
nacionalidades, etc. El juego en general, y principalmente el juego
mediado por TIC, es parte de las diferentes culturas y constituye un
reto el incorporarlo adecuadamente a la educación.
Estos retos representan realidades inevitables, así que es tarea de las
instituciones educativas el tener la capacidad de innovarse a sí mismas
de forma continua. No existen algoritmos o recetas mágicas de cómo
realizarlo, sin embargo, se pueden identificar líneas de acción y
oportunidad, tales como: desarrollar la autonomía en el aprendizaje
permanente de los individuos(toda la comunidad educativa), para que sean
sujetos activos; incorporar elementos de la cultura en el aprendizaje,
en aras de aprendizajes significativos y construidos individual y
socialmente; aceptar y potenciar la horizontalidad de las relaciones de
aprendizaje; desarrollar y cultivar la imaginación, la creatividad, para
enfrentar los retos, innovar y trascender; desarrollar ambientes que
se asemejen a las situaciones que enfrentarán los estudiantes, para que
de ellos emerjan aprendizajes significativos; transformar los salones de
clase en comunidades ecológicas de aprendizaje con enfoque sistémico;
promover el respeto y atención a la diversidad; desarrollar en los
estudiantes las competencias para la vida, inspirado en los pilares de
Delors; desarrollar las capacidades en los individuos para que puedan
administrar su identidad, seguridad y sentido de pertenencia, en lo
público y en lo privado; incorporar las TIC - como elementos de la
cultura - dentro de la programación curricular institucional; e
implementar procesos de planeación estratégica institucional de forma
participativa y continua.
Es importante destacar que la incorporación del uso pedagógico de las
TIC, es una de varias líneas de oportunidad, principalmente porque se
han convertido en parte de la cultura, y partimos de la base que se
aprende del ambiente social y cultural. Sin embargo, la incorporación de
las TIC en los procesos de gestión, en el currículo y la práctica
pedagógica, serán inútiles si no se desarrollan las competencias en los
individuos de la comunidad educativa (estudiantes, docentes, gestores
académicos, padres, empleadores, etc.) que las potencien para aprender.
Destaco el papel del docente en este proceso de innovación educativa
constante, ya que su función no se elimina, sino se transforma. Esto
desmitifica la creencia “ahora ya no serán necesarios los docentes, porque todo será automatizado”.
El docente ya no es el poseedor único de la información, sino ahora
debe ser: un facilitador de aprendizajes en los estudiantes; un modelo
explícito o tácito de actitudes y competencias para la vida; y un
asesor disciplinar, psicopedagógico y tecnológico de los estudiantes.
Por esta razón, yo creo firmemente en la formación y actualización de
los docentes, como principal estrategia para enfrentarse a los retos y
potenciar oportunidades que demanda la educación en el siglo XXI.
Finalmente, considero que la educación se encuentra en un punto de
inflexión, en un cambio de época, ante la oportunidad de implementar un
renacimiento de lo humano y su ambiente, potenciado con las tecnologías
vigentes. Se tiene la oportunidad de atreverse a realizar investigación e
innovación educativa, de manera ética y responsable, tanto en cuanto
abone a la calidad educativa y al aprendizaje de los estudiantes. Esto
constituye un reto para las instituciones educativas, principalmente
aquéllas que esperan inspirarse en libros y en experiencias comprobadas
de éxito, así como aferrarse a sus modelos tradicionales de educación.
El límite para la innovación educativa no es tecnológico, ni económico,
sino intelectual y actitudinal. Una educación en el siglo XXI implica la
innovación como proceso constante y participativo, de la mano del
desarrollo de capacidades en los diferentes actores de la comunidad
educativa.
Extracto de documento “Visión de la educación en el siglo XXI”, elaborado por Hilda Ruth Flores Muñoz en mayo de 2012.
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